martes, 10 de julio de 2018

EL MAESTRO MATEO Y FRANCISCO MATEOS






Entre los nombres del autor del Pórtico de la Gloria, el Maestro Mateo, y  el de Francisco Mateos (Sevilla,1894- Madrid, 1976) -del que actualmente Galería Orfila, de Madrid, muestra su obra en una exposición que concluye el 14 de julio -, sólo existe la frontera imperceptible de una letra, el signo alfabético de la S. Esto lleva frecuentemente a algunos -incluso a historiadores de arte, que conocen la existencia del artista sevillano - a trabucarse a veces y nombrarle “Francisco Mateo”; lapsus o confusión que no es tanta, aunque resulte extraño, si se tiene en cuenta el  hilo conductor que existe entre ambos y que, al final, deviene en la paradoja de revelar una profunda verdad.

Así, merece la pena rescatar un artículo escrito por Mateos en los años republicanos, en el que muestra su afinidad y simpatía por esa enigmática sonrisa de las estatuas de ese otro Maestro Mateo y el trasunto que ve en ellas del pueblo que avanza imparable -y por eso ríe -, seguro y consciente de la fuerza biológica y multitudinaria que asegura su eterno poder de perpetuación, tal como enunciara Mijail Bajtin acerca de la cultura cómica popular y sus raíces en la risa carnavalesca medieval. Pero a este propósito viene bien también recordar, acerca de estas analogías o contigüidades con el que fue el artífice del expresionismo en España, Francisco Mateos, las imbricaciones de este último movimiento que uno de sus teóricos coetáneos, Ernst Bloch, señaló en relación a “su descubrimiento de lo arcaico, la visión de la ornamentación como un estilo gótico secreto, o el arte primitivo, todos ellos cargados de un sentido utópico, en tanto que elementos asimultáneos, extemporáneos, en el conjunto de una realidad que se pretendía homogénea y perfecta. Un sentido utópico que rápidamente podía ser remitido al horizonte de la utopía concreta.” (Javier Martínez Contreras, Las huellas de lo oscuro. Estética y filosofía en Ernst Bloch. Ed. San Estebán, Salamanca, 2004).



Apuntes de Galicia. - Santiago de Compostela y la CNT. Francisco Mateos  (La Tierra. Madrid. 22-VI-1932)

No pude saludar al camarada Villamor, a quien me presentaron en El Ferrol cuna (sic) fue con una expedición para hacerse cargo de unos niños que irían a mitigar su miseria a Compostela. No pude acercarme a la calle Algalia de Arriba, al Ateneo Sindicalista, cuando visité la ciudad sagrada. Unas horas en Santiago no permitían atender a nada. 
Sin embargo, me prometí volver a Santiago de Galicia, y entonces buscar las tres letras, clave del movimiento obrero galaico, CNT, y conocer a los hombres que dan ímpetu a la Confederación Regional.  
En Santiago tiene la CRG uno de los mejores núcleos; una de las Secciones de más fuerza revolucionaria y confederados a todos los oficios. En Santiago, donde todos esperamos quietud, la sola quietud de las piedras muertas, encontramos agrupados bajo la bandera sindical a toda la ciudad trabajadora con impulso joven y vital. Santiago no es sólo la ciudad poseedora del Pórtico de la Gloria, es también el pórtico de los más puros impulsos revolucionarios de Galicia.  
Sé esto, conozco esto; por eso quiero estrechar la mano cordial de Villamor y la de todos los camaradas y amigos.  
Y si cometí el pecado de la descortesía, perdóneseme, porque quise, bajo soportales y arcadas, ver reflejados en el espejo de las baldosas bien bañadas de lluvia, el alma antigua de las piedras místicas. Y hubo otro pecado en no buscar una voz guía que permitiese saber historias de la raza celta en las piedras labradas de la ciudad y en los túmulos funerarios de sus campos, y deje ir mis pies por los vericuetos de sus rúas con el deseo que mi senso libre hiciese por sí mismo captaciones.  
Así llegue hasta la plaza de los literatos, grande, plana, tranquila, adornada con los pequeños florones barrocos de la catedral y con el plano amplio de la mansión monjil. Y después mi caminada me puso ante la fachada grande del templo anciano y cerca de las rúas, campo de estudiantes, y cuando enfrenté mis ojos con el Pórtico de la Gloria, los antiguos galaicos tallados en piedra, subidos en finas columnas, me miraban sonrientes, desde el “santo” anciano de luenga barba, hasta el jovenzuelo de bucles rizados. 
Fue esto lo que cinceló el maestro Mateo; y allí él, y allí sus amigos en vida eterna, me dieron en sus sonrisas campechanas e irónicas los buenos días y también en la mirada dulce de sus ojos vacíos. 
Solo siempre, buscando la emoción pura del encuentro, caminé por la catedral, y, no recuerdo dónde, encontré a Santa Salomé, sentada, serena, que hizo pasar ante mi recuerdo detalles de la historia del arte. Su boca, de perfecto trazado; el óvalo de su rostro son galaicos; empero, trajo a mi memoria el recuerdo de aquellos retratos funerarios de Alejandría. No sé quien sería la rapaza que sirvió de modelo al escultor; pero si vi que la rapaza fue así: serena, posesa de sí misma, sencilla y viva: una mujer gallega. 
En mi caminar tropecé con el busto de Santiago Apóstol; llámanle la reliquia venerable. Sin embargo, yo encontré en él, en su mirada fuerte, en sus pómulos salientes, en su nariz ancha, al campesino vivo. A punto estuve de preguntarle sobre la marcha de las faenas camperas, algo de los caciques raposos y esperaba que me contestase con un “conto”; esos “contos” llenos de filos que hieren y de sentimentalismo. 
Mantuvo el gesto duro y avizor y nada me dijo, dejándome entrar en su mirada desconfiada y alerta de campesino gallego, de campesino que aún no vio su redención. 
Y otra vez hube de salir de Santiago con ideas extrañas de la ciudad que apenas vi, que no conocí, y mientras me dirijo a otros lados busco en la amplia silueta de la catedral barroca las llamaradas rojas de las luces de liberación que me consta alumbran la ciudad obrera y que responden al movimiento, clase que levantará a toda Galicia en la transformación social de España, las tres letras alma de los trabajadores de España: CNT. Firmado: junio.  

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