Nuria Cortina expuso en Galería Orfila (1), en abril-mayo de 2017, sus collages, que tienen como particularidad, insertarse e incluso
reivindicar, dentro de este específico medio, el lenguaje de la abstracción. En su montaje meticuloso de
pequeños trozos de papel de vivos colores, realiza una suerte de sublimación de
materiales humildes, dando lugar a configuraciones espaciales, unas veces de austero carácter geométrico, si bien en otras se trata de imaginativos arabescos, signos serpenteantes y ritmos compositivos de orbe
musical. En ellos reclama tanto una manualidad lúdica y gozosa como la atención
de nuestra mirada en un mundo saturado de imágenes -las más de las veces de
mero reclamo publicitario o mercantil -, para, dejando atrás este aturdidor ruido
de fondo, plantear una posible redención del objeto y a su través, de algún
modo, la liberación de nuestra propia subjetividad.
Nuria Cortina. Collage, 100 x 70 cm
El énfasis de Nuria Cortina en la abstracción retoma el principal
cometido anti-ilusionista que el collage cumplió cuando Picasso y Braque lo introdujeron por primera vez,
en 1912, dando lugar a la fase sintética del cubismo. La antigua imitación de
realidad en la tradición artística y su carácter contemplativo implícito fue sustituida entonces por los
objetos mismos, generalmente materiales y elementos cotidianos de consumo
provenientes de la industria. Su pobreza y humildad va unida a lo que supuso
también la primera irrupción de la cultura de masas a través de la
compaginación en la estética cubista de lo alto y lo bajo, no sin una intención
provocadora y burlesca, al punto de convertir al collage, como señala su
experta Diana Waldman (2), en uno de los fundamentos del arte
contemporáneo, influenciando en otros ámbitos como el cine, la publicidad o la
arquitectura. Walter Benjamin (3) incorporó, en su teoría del montaje, esta
transformación dialéctica de la experiencia social y vivencial en la moderna
metrópolis a través del desplazamiento imaginativo o conversión alegórica de
los mismos mecanismos que convertían en mercancía al objeto, de forma de
conseguir así su redención: apropiación y vaciamiento de sentido, fragmentación
y yuxtaposición dialéctica de fragmentos, hasta llegar, finalmente, a la
escisión de significante y significado.
Picasso. Naturaleza muerta con trenzado de silla. 1912.
Braque. Le Quotidien. Violín y pipa. 1913.
Este potencial de transformación es puesto al día por el dadaísmo cuando
propone, en el Almanaque Dada de 1920, comunicar la “alegría de las cosas
reales”, reclamando una “inserción seria y real en la idea del objeto” de la
que se derivaría una “inclinación a la objetividad” capaz de convertirse en
acción política. Con este último carácter, sus fotomontajes, de los que fue
pionera Hannah Höch, compaginan
figuraciones subversivas con una crítica al sistema de percepción que conduce
inmediatamente a la abstracción a través de esta nueva valoración del objeto, como en Kurt Schwitters.
Hanna Höch. Cut with Dada Kitchen Knife. 1919.
Kurt Schwitters. Collage rosa. 1940.
Ambos aspectos se incrementarán, más aún, a través del protagonismo,
tanto formal como indirectamente conceptual, del collage en la siguiente
explosión de los diversos constructivismos, primero en la vanguardia soviética
(caso de los collages abstractos de Varvara
Stepanova, entre otros) o, también, en el ámbito de las investigaciones de
la Bauhaus, por ejemplo en Lazlo
Moholy-Nagy.
Varvara Stepanova. First Warrior. 1919.
Moholy-Nagy. Collage mit schwarzem Zentrum. 1922.
Moholy-Nagy. Collage mit schwarzem Zentrum. 1922.
Aun abandonando el surrealismo, seguidamente, la acción política directa
por la mirada hacia los fantasmas de la interioridad, collage y abstracción
constructiva constituyen los primeros precedentes de un Man Ray (más conocido, en cambio, por sus fotografías y
fotomontajes), al igual que conviven en algunos collages de Max Ernst.
Man Ray. Revolving Doors (serie 1916-1917)
Man Ray. Revolving Doors (serie 1916-1917)
Antes de la recuperación del objeto -o, quizás, más bien, su
descontextualización - en los ‘assemblages’ neodadaístas del Nuevo Realismo de
los años sesenta, Matisse, aquejado
desde 1941 por una enfermedad que le impedía pintar, sorprende al mundo con su
última producción a base de papeles recortados y previamente coloreados; quizás
los más bellos collages realizados en el pasado siglo, algunos plenamente
abstractos, a partir, precisamente, de la sinestesia de color y ritmo musical
de la composición.
Matisse. Memoria de Oceanía. 1952.
Matisse. El caracol, 1953.
(1) Nuria Cortina. Galería Orfila, abril-mayo 2017.
(2) Diane Waldman.Maestros del collage. De Picasso a Rauschenberg. Fundación Mirò,
Barcelona, 2005.
(3) Benjamin H. D. Buchloh. “Procedimientos
alegóricos: apropiación y montaje en el arte contemporáneo” (1982), en
Formalismo e historicidad. Modelos y métodos del arte del s. XX, Madrid, Akal,
2004,
pp. 87-115.
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