Julián Pinillos. S.T. Acrílico sobre lienzo, 89 x 116 cm
David Batchelor, "Cromofobia",
Madrid, Síntesis, 2001, pp. 19-20: M. Bajtin contrapuso este cuerpo clásico,
purificado y corrompido siglos más tarde por el “realismo” estalinista, con el
“realismo grotesco” del cuerpo medieval, mucho más carnoso y visceral. Para
Bajtin, la forma clásica era, sobre todo, una unidad independiente: “un cuerpo
enteramente finito, completo, estrictamente limitado, que es revelado desde el
exterior como algo individual. Aquello que sobresale, está abultado, brota o se
separa, es eliminado, escondido o suavizado. Todos los orificios del cuerpo
están cerrados. El fundamento de la imagen es la masa individual y
estrictamente limitada, la fachada impenetrable. La superficie opaca de los
“valles” corporales adquiere un significado esencial, y es el de funcionar como
límite de una individualidad cerrada, que no se mezcla con otros cuerpos ni con
el mundo. Todos los atributos del mundo infinito son suprimidos cuidadosamente,
así como todos los signos de su vida interior.” ("La cultura popular en la
Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais", Madrid,
Alianza, 1987, p. 288) (…) El cuerpo ideal: sin carne de ningún tipo, ni vieja
ni joven, ni hermosa ni ajada, ni fragante ni pestilente; sin movimiento
externo ni interno; sin apetitos. (…) Pero quizá este mecanismo resultaba más
perverso; quizá era un modelo de cómo el cuerpo debía ser ‘por dentro’. No un
lugar de fluidos, órganos, tendones y huesos sometidos a una constante,
precaria y viva tensión entre ellos, sino una cámara vacía, hueca, blanca,
privada de toda prueba que revelase los grotescos desajustes de la vida real.
Sin olores, sin ruidos, sin color; sin cambios de estado, con la incertidumbre
que esto conlleva; sin intercambios con el mundo exterior, con la duda y la suciedad
que ello implica; sin comer, sin beber, sin mear, sin cagar, sin chupar, sin
follar, sin nada de nada. Jamás se marchará. La blancura siempre regresa. La
blancura está urdida en el tejido de la cultura. Recurramos de nuevo a la
Biblia: “Aunque tus pecados fueran como la escarlata, serán blancos como la
nieve (…)”
Julián Pinillos. S.T. Acrílico sobre lienzo, 90 x 60 cm
Batchelor, pp. 125-126: (…) En "La cultura
popular en la Edad Media y el Renacimiento…", Bajtin elaboró su importante
teoría sobre la corrupción (o degradación) y la renovación. (…) el libro
“articula una estética que celebra los elementos anárquicos, corporales y
grotescos de la cultura popular, e intenta empujarlos contra una cultura
oficial que resulta demasiado seria”. En esta obra, Bajtin articuló su
distinción entre el “cuerpo grotesco” y el “cuerpo clásico”. Para Bajtin, el
carnaval significaba una enorme, aunque transitoria, inversión de valores. Un
destronamiento, una usurpación de lo oficial por lo extraoficial, una
corrupción del refinamiento por la vulgaridad. Y era la risa bulliciosa que acompañaba
a la visión de los poderosos y los solemnes humillados. No cabe duda de que la
risa representa muchas cosas; entre otras, es un lenguaje sin palabras que
articulamos con el cuerpo cuando no podemos contar con el léxico habitual. El
carnaval es la Caída entendida como comedia. En "La esencia de la
risa", Baudelaire escribe que era “cierto que la risa humana se vincula
estrechamente con el accidente provocado por una antigua caída, por una
degradación de orden físico y moral”. Pero, al mismo tiempo, en esta Caída hay
también una renovación que se descubre, tal como señaló Bajtin, en la “relación
indisoluble y esencial de la risa con la libertad”.
Julián Pinillos. S.T. Acrílico sobre lienzo, 81 x 54 cm
Batchelor, pp. 97-99: Bajtin no vinculó el carnaval al color,
pero Julia Kristeva (“Giotto’s joy”, en "Desire and Language",
Oxford, 1982) sí lo hizo cuando describió los colores de Giotto como “los
precursores de la risa telúrica que Rabelais trasladó al lenguaje unos siglos
más tarde”. Y a continuación, estableció un vínculo más explícito con Bajtin
(y, durante el proceso, con Barthes): ”La alegría de Giotto es la alegría
sublimada de un sujeto que se libera del dominio trascendental de Un
Significado (blanco) (.). La alegría de Giotto irrumpe en las armonías y los
estruendos cromáticos que guiaron y dominaron los elementos arquitectónicos de
los frescos de la Capella dell’Arena (.). Este gozo evoca el exceso
carnavalesco de las masas… “ (…) El color, para Kristeva, está vinculado a “la
indeterminación sujeto/objeto”, a un estado anterior a la formación del yo en
el lenguaje, anterior al momento en que el mundo se diferencia por completo del
sujeto. Y la existencia del color siempre implica el desbaratamiento del orden
simbólico, incluso cuando “en una pintura, el color se ve empujado desde el
inconsciente hacia el orden simbólico…”. El color es único en el arte, en el
sentido de que “escapa a la censura; y el inconsciente irrumpe en una
distribución pictórica que ha sido codificada por la cultura”. (…) En
consecuencia, “la experiencia cromática constituye una amenaza para el ‘yo’ “.
O bien, como señala después: “El color significa la fractura de la unidad”. Es
como si el color no sólo comenzara a interrumpir el proceso de formación del
yo, sino a darle marcha atrás; es como si el color sirviera para
des-diferenciar el yo y de-formar el mundo. En esto, el color “goza de una
libertad considerable”, y uno de los términos que Kristeva utiliza a menudo con
respecto al color es “huida”. El color “escapa a la censura”. A través del
color, “el sujeto escapa a su alienación dentro de un código (.) que acepta
como sujeto consciente”. Y, a través del color (como Cézanne y el resto) “la
pintura occidental comenzó a escapar” de los dictados y las jerarquías del arte
académico.
Julián Pinillos. S.T. Acrílico sobre lienzo, 81 x 54 cm
* Julián Pinillos. Galería Orfila, 7 al 27 de
abril de 2016.
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